Sotuela, el cura rojo que apoyó a los mineros: “La Iglesia no ha respondido a las necesidades de los trabajadores”

Javier Rodríguez Sotuela (derecha) y José Álvarez de Paz, cantando a la libertad

César Fernández

El 4 de diciembre de 1968, en Matarrosa del Sil (Toreno, León), en plena cuenca minera, en pleno franquismo, un cura se atrevió a cambiar imaginería religiosa por pancartas reivindicativas por la festividad de Santa Bárbara y a punto estuvo de ser procesado por propaganda ilegal. Tiene entonces justicia poética que este lunes, justo 55 años después, aquel sacerdote luego secularizado, catalizador de movilizaciones laborales y cantautor a la libertad en tiempos de penumbra reciba un premio. La Picota de Plata, distinción que concede el Ayuntamiento de Toreno con un símbolo vinculado precisamente a la justicia, será para Javier Rodríguez Sotuela. Y se entrega coincidiendo con las celebraciones de la patrona de los mineros, aquellos por los que abogó sin dudar en enfrentarse a un régimen político teóricamente aliado del clero.

La figura de Javier Rodríguez Sotuela no se explica sin el contexto. Hay factores personales y familiares que subyacen en su trayectoria. Nacido en San Clodio (Ribas del Sil, Lugo), se crio en Ponferrada, donde su padre trabajaba como ferroviario. Con parientes de la rama materna huidos al monte tras la Guerra Civil en Galicia, creció en un barrio obrero de la capital del Bierzo. “Ese era mi ambiente”, cuenta por teléfono a sus 90 años de edad sin dejar de reconocer cuánto le chocaba que en las primeras filas de las misas y las procesiones “estuvieran siempre los ricos y los poderosos”. Convencido de “querer ser de otra forma” a la imperante en plena dictadura, se decidió por la vía religiosa sin dejar de padecer otros contrastes: del “compañerismo” del instituto al “individualismo” del seminario, un “paréntesis” antes de empezar a ejercer como sacerdote en el rural del Bierzo.

Sotuela también es un hijo de un momento de cambios. “En los años cuarenta en el Bierzo había mucha desafección al régimen y a la Iglesia”, cuenta el profesor de Historia Alejandro Martínez, autor de libros como De siervos a esclavos y La primavera antifranquista. Lucha obrera y democrática en El Bierzo y Laciana (1962-1971). La Iglesia crea la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) como un instrumento para “alejar a la clase trabajadora del marxismo”. El efecto fue justamente el contrario al pretendido. “Se aleja del régimen asimilando algunos elementos del propio marxismo”, contrasta Martínez al citar cómo va adoptando postulados del movimiento obrero. Sotuela, que había vivido justo a compañeros de su cuerda “con mucha esperanza” el Concilio Vaticano II, vio en la HOAC una herramienta cercana a su forma de pensar al margen de lo que representaba el Partido Comunista de España.

“La Iglesia no ha respondido a las necesidades de los trabajadores”, sentencia quien comenzó a ejercer como sacerdote en Dragonte, en el Bierzo Oeste. Tuvo su primera experiencia en un municipio minero en Fabero entre los años 1959 y 1960. Y aterrizó en Matarrosa del Sil en 1961, en la antesala del terremoto laboral y social que supuso la huelgona de 1962, todo un desafío al régimen a través del cual se logró articular en las cuencas un movimiento de representación efectivo que derivaría en las Comisiones Obreras. Teórico aliado por su cargo a lo establecido, Javier Rodríguez Sotuela pronto se convirtió en un elemento sospechoso tanto para el régimen como para los empresarios mineros. El impacto fue inmediato: “En Fabero me quitaron la cesta que daban por Navidad y en Matarrosa el cupo de carbón”.

En el Obispado me respetaban. A veces creo que hasta me daban la razón. Y en ocasiones me sentí hasta querido

Javier Rodríguez Sotuela Exsacerdote

Los problemas subieron de intensidad en aquella primavera de 1962. A Sotuela le llegaron unas octavillas de la JOC (Juventud Obrera Cristiana) sobre la “legitimidad” de la huelga minera. “Yo los repartí y ahí me empezaron a acosar”, señala. “Pasé muchas noches sin dormir. Y alguna vez me vi muy en peligro”, añade antes recordarse en el punto de mira de la Guardia Civil a veces en plena misa, a la que había logrado involucrar a la población local con su forma de ser alejada a los convencionalismos de la época. La jerarquía de la Iglesia a veces le negaba el pasaporte y otras mostraba cierta complicidad. “En el Obispado (de Astorga) me respetaban. A veces creo que hasta me daban la razón. Y en ocasiones me sentí hasta querido”, evoca.

De aquel cura singular en una época dura el historiador Alejandro Martínez destaca fundamentalmente dos cualidades: la “inteligencia” y el “arrojo”. “Podría haber tenido una vida cómoda. Y renunció a ella por la conciencia de clase que tenía. Se puso del lado de los trabajadores. Fue el cura de la zona que más se significó”, señala en una lista en la que cabe citar al luego diputado nacional y europeo del PSOE José Álvarez de Paz (con quien Sotuela cantaba en lo que hubo quien bautizó como 'Dúo dialéctico'), Miguel Rubio o Francisco Beltrán, quien ejercía como “bisagra” entre la jerarquía y este grupo de sacerdotes.

Podría haber tenido una vida cómoda. Y renunció a ella por la conciencia de clase que tenía. Se puso del lado de los trabajadores

Alejandro Martínez Historiador

El resultado fue una serie de episodios de hostigamiento por parte del régimen hacia un sacerdote convertido en catalizador de reivindicaciones laborales en tiempos en los que casi todo estaba por conseguir. Rodríguez Sotuela hace hincapié en los avances en las condiciones de higiene y seguridad. Otras cosas no se lograron: “Se llegó a pedir que se pusieran en un tablero las ganancias de la empresa y lo que pagaba en salarios a los trabajadores”. También se propuso sin éxito crear una Escuela de Formación Profesional para evitar que chavales de apenas 15 años se vieran abocados a bajar a la mina. Lo que sí se consiguió fue convertir un antiguo bar en Centro Social dinamizador cultural hasta el punto de que la editorial ZYX (que usaba como iniciales las tres últimas letras del abecedario como contraste el ABC, lo que ya era toda una declaración de intenciones) tenía en Matarrosa del Sil el principal punto de venta de la provincia.

La levadura de un movimiento social

“Javier era la levadura que hacía que aquello fermentara”, cuenta la escritora María Luisa Picado, una extremeña de Las Lanchuelas (Valencia de Alcántara, Cáceres) que había llegado en aquellos años a Matarrosa del Sil y que se recuerda allí leyendo libros prohibidos por la dictadura y con un póster del Che Guevara en su habitación. El Centro Social era “una de las formas de que la gente se involucrara”. “A él le interesaba que hubiera una dinámica”, cuenta Picado, que puso negro sobre blanco de forma ficcionada aquellos recuerdos en la novela Camino Negro, que se convertirá el próximo año en película tras ser rodada en las últimas semanas por el director Luisje Moyano y en la que se puede reconocer la figura de Rodríguez Sotuela en el personaje de don Luis.

El carbón ya no se extrae, pero lo seguimos teniendo. Son nuestras raíces y no podemos olvidarlas

Vicente Mirón Alcalde de Toreno

Sotuela tenía una aureola en la zona. “Aquí era muy famoso”, rememora el actual alcalde de Toreno, el socialista Vicente Mirón, que se recuerda con apenas 13 años en un bar de la localidad oyendo uno de los discos del sacerdote convertido en cantautor con letras que no pasaban desapercibidas como las de ¡Libre! (“Yo he nacido libre, / dejadme pensar, / soy una persona, / tengo libertad”) o Y por eso lo mataron (“Predicaba la igualdad para los hombres, / libertad para los pueblos, / justicia para los pobres. / Destronó del poder a los soberbios. / Y por eso lo mataron”). Mirón justifica la concesión de la Picota de Plata por su “vinculación con el movimiento obrero” y por el “componente cultural” como dinamizador en la zona, una cuenca minera ahora ya sin explotaciones en activo. “Pero fue nuestro modo de vida. El carbón ya no se extrae, pero lo seguimos teniendo. Son nuestras raíces y no podemos olvidarlas”, sentencia el regidor.

Mirón reconoce la propia singularidad de Matarrosa del Sil, donde el cura encontró la complicidad del pueblo. Los vecinos se fueron acercando a una Iglesia “más moderna y no represora” y “sobre todo a las actividades que había alrededor”, apunta Alejandro Martínez. El propio Rodríguez Sotuela, que en 1972 dejó el sacerdocio y el pueblo hasta instalarse luego en Cataluña como educador social, se muestra especialmente orgulloso de la dinamización cultural y de la implicación de las mujeres, que acabaron participando en aquellas oleadas reivindicativas a veces repartiendo cebada en latas de Cola Cao para llamar “gallinas” a los esquiroles llegados de otros puntos para reventar las huelgas.

Hubo un día en que la Guardia Civil entró en la casa del cura para pedirle que mediara en el cese de los paros. Y fuera se concentró el vecindario, algunos incluso con piedras en los bolsillos por si se llevaban detenido a aquel cura que, para celebrar la Santa Bárbara de 1968, sustituyó las imágenes por pancartas como la que rezaba 'Dios abre los ojos al ciego con la verdad'. Luego, cuando las autoridades preguntaban, nadie delataba a nadie. “Fuimos todos”, respondían en Matarrosa del Sil, un pueblo minero convertido en inopinado frente de resistencia a la dictadura que podría haberse rebautizado como Fuenteovejuna. 

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