Faltas de ortografía que no molan

Carlos S. Campillo/Ical. Las creadoras de un estudio sobre faltas de ortografía, Milka Villayandre (I) y Laura Llanos (D)

S. Gallo/Ical

Garaje se escribe con 'g' la primera y con 'j' la segunda, zanahoria lleva una 'h' intercalada y paraguas se escribe sin diéresis. Son palabras que pueden resultar gramaticalmente básicas, pero que en más de una ocasión generan dudas y provocan importantes faltas de ortografía, a veces incluso en personas con estudios universitarios. No sólo el uso de las nuevas tecnologías, que en algunos casos tiene una influencia negativa, aunque no tanto como podría pensarse, sino sobre todo un fallo de base de etapas educativas anteriores, parece ser la causa fundamental de estos errores gramaticales.

El lenguaje dice mucho de una persona, pero no sólo cuando este es oral, sino también en el lenguaje escrito. Una carta de presentación con faltas de ortografía no dará buena imagen de la persona que la remite, por lo que, independientemente de su contenido, podría suponer un aspecto negativo para el objetivo final que perseguía el individuo que la ha escrito. “Cuando alguien viste bien, te fijas en lo que dice. Cuando viste mal, no te fijas en otra cosa”, declaró la diseñadora Elena Benarroch. Y algo similar ocurre con la escritura.

El buen uso del lenguaje se presupone que es el correcto en la mayor parte de los casos, aunque resulta frecuente observar faltas de ortografía, que no erratas, en situaciones tan habituales como la carta de un restaurante, un anuncio e incluso, aunque sea menos frecuente, en un libro. También en los exámenes de alumnos, independientemente de que estos se encuentren cursando estudios superiores e incluso en la última etapa de la formación, como es el caso de un máster.

Así lo han detectado Milka Villayandre y Laura Llanos, profesora e investigadora respectivamente del área de Lingüística en el Departamento de Filología Hispánica y Clásica de la Universidad de León (ULE). Fue a raíz de comprobar que eran muchos los errores en los escritos universitarios, muchos de ellos ortográficos, incluso en textos de especial importancia como los de fin de máster. Fue algo que “llamó la atención”, reconoce Laura Llanos, sobre todo en titulaciones relacionadas con la lingüística.

Por eso, se planteó la posibilidad de llevar a cabo un estudio “modesto” consistente en unos cuestionarios para detectar los principales fallos de los alumnos y determinar “si era un problema de que no conocían las nuevas normas o se debía a problemas de otras etapas educativas”, explica. El test se hizo llegar a aproximadamente un centenar de alumnos del Grado de Educación y también a estudiantes de lingüística y de primero de carrera, futuros educadores de los niños, que siguen siendo “auténticas esponjas”. Uno de los requisitos es que los alumnos tenían que entregar los textos escritos a mano, para evitar la posible acción del corrector “y así ver que no eran erratas, sino errores ortográficos”.

El resultado fueron “muchas faltas de ortografía que no esperábamos encontrar” ya que en el test se incluyeron “preguntas de relleno”, como la petición de escribir la palabra paraguas. “Estudiantes de Licenciaturas de letras o de Grado nos ponían paraguas con diéresis y sin diéresis en la misma proporción”, algo que llamó la atención de las investigadoras porque, al tener que responder preguntas sobre ortografía se sobreentiende mayor atención, por lo que la escritura incorrecta de la palabra permite concluir que “no es sólo un despiste, es un desconocimiento de una regla básica”, aclara Llanos.

También se localizaron muchas discordancias en las críticas o comentarios de texto que se pidieron a partir de un texto periodístico. “Cuando se ponían finos a escribir o intentaban hacer una frase más larga, se perdía la conexión entre sujeto y predicado o entre el pronombre y el referente, y el resultado eran párrafos que no controlaban”, incide Llanos. La percepción fue clara para las investigadoras: los estudiantes no tienen costumbre de revisar los escritos y por eso, en muchos casos, incurren en tantas faltas. “Cuando haces un escrito académico o un correo electrónico para hacer una entrevista, es como una carta de presentación y la gente también se fija en la forma de escribir”, puntualiza.

Sin embargo, esta circunstancia no se da en un examen porque “saben que están en una situación académica más controlada” y son conscientes de que escriben para ser evaluados. Aunque en este caso, los alumnos sabían que estaban participando en un estudio, argumentaron que están acostumbrados a una forma de comunicación “más inmediata”, en las redes sociales mayoritariamente, donde “escriben, queda ahí y no tiene repercusiones, pero en un trabajo académico sí las tiene”, dice la investigadora de la ULE.

Conclusiones

La escasa atención por parte de los alumnos a las formas lingüísticas a las que recurren, sobre todo por la falta de revisión, es una de las conclusiones que se desprenden de este estudio, lo que se convierte en esas faltas de ortografía, repeticiones, discordancias y pobreza del léxico empleado. Esto se atribuye a la inmediatez de la escritura provocada por las redes sociales, aunque también hay que lanzar la voz de alarma sobre el desconocimiento de muchas normas ortográficas.

Es cierto que algunas normas se han modificado recientemente por parte de la Real Academia Española (RAE) pero eso no exime de cometer “faltas graves” que evidencian que los alumnos “no han visto escrita una palabra o nunca la escriben” a pesar de que la escritura es “una habilitad que tiene que trabajarse”, recuerda Laura Llanos. La lectura, por lo tanto, se presenta como una carencia de los estudiantes, como también indican muchos índices sobre el hábito de los españoles a los libros.

Las redes sociales y los medios de comunicación son “un gran aliado” para profesores y estudiantes porque facilitan “la democratización del conocimiento” y hacen del usuario “un autor” en Internet, donde todos “somos consumidores de conocimiento y autores de nuestras aportaciones”. Eso no significa que no se utilicen los medios digitales, porque pueden ser también una gran ventaja, pero se pueden convertir en “un arma de doble filo” si la persona no puede “fijar la frontera entre un escrito académico o algo que va tener un impacto social, de la lista de la compra, donde no hay las mismas repercusiones”.

El impacto de Internet

De hecho, en Internet se dispone de “muchísima información” pero hay que tener en cuenta que “no todo vale” y que, al igual que ocurre con los niños “hay que poner límites”. Son muchos los materiales que tenemos en la actualidad, pero es necesario hacer “un buen uso de ellos”, explica Llanos, en lugar de desecharlos, porque es “una batalla tecnológica que hemos ganado después de muchos años” aunque la tecnología no quiere decir que los niños no practiquen la lectura o no aprendan a escribir correctamente y dependan del corrector de textos. “Los ordenadores no siempre aciertan, son inteligentes, pero ciegamente”.

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