La manta maragata de Val de San Lorenzo sigue viva pero condenada a desaparecer ante la falta de artesanos

Mantas maragatas secando al sol en Val de San Lorenzo.

Sara Lombas

La manta maragata es sin duda uno de los productos estrella de la provincia de León, con el epicentro de su fabricación en la localidad de Val de San Lorenzo. Los pocos artesanos que quedan allí han visto cómo sus compañeros de gremio han ido desapareciendo hasta quedan tan tolo ellos que, aunque se mantienen con fuerza e intención, reconocen que sin jóvenes la artesanía textil maragata tiene los días contados.

La historia de la manta maragata se remonta al siglo XVIII, cuando los avispados maragatos entraron a trabajar en las fábricas textiles de Palencia, donde por entonces sobresalían sus productos a nivel nacional. Se dice que uno de ellos era natal de Val de San Lorenzo y fue capaz de llevarse de vuelta a su pueblo las técnicas que había aprendido de las fábricas palentinas.

Fue de esa manera como en Val de San Lorenzo comenzó a desarrollarse una industria paralela a la palentina (incluso superándola) que llegó a contener a centenares de artesanos textiles, con especial auge después de la revolución industrial y la llegada de las máquinas que harían su trabajo mucho más sencillo. Se crearon dos grandes fábricas textiles que llegaron a albergar a más de un centenar de artesanos. De todo aquello ahora solo quedan cuatro en textiles Falagán (con Gaspar y su esposa como artesanos), Miguel Cordero, Laurentino de Cabo y Santiago Geijo (junto a su hija).

ILEÓN ha hablado con dos de ellos, Gaspar y Laurentino, ambos con formas de trabajo y de comercio muy diferentes y que, gracias a eso, permiten que haya espacio para varios artesanos en un pueblo tan pequeño como este de la comarca maragata.

Los dos superan ya la edad de jubilación pero siguen manteniendo sus fábricas textiles con los conocimientos de antaño. En su caso, Laurentino, aplica las técnicas que aprendió de su padre, y este del suyo y así hasta el año 1752, en el que de Cabo ha datado el inicio de la artesanía textil en su familia. Él aprendió a tejer con siete años, cuando volvía de la escuela y tenía que ayudar a su padre con el negocio.

Artesanos en extinción en talleres que son museos

A pesar de que el Ayuntamiento de Val de San Lorenzo tiene su propio museo textil, que se encuentra cerrado temporalmente, visitar los talleres de estos artesanos son un buen sustituto. Laurentino tiene máquinas con 80 o incluso 100 años de antigüedad, en las que puede crear cualquier tela: “Un telar teje cualquier cosa, todo depende del hilo y del tejedor”. En ese ecosistema de hilos, telares y bocetos, y junto a un brasero, de Cabo explica el origen de la industria de la manta maragata y lamenta su decadencia aunque defiende que la calidad actual es muy superior a la que se hacía hace generaciones: “El proceso es el mismo, el de nuestros padres desde los años 60, cuando cerraron las industrias de Palencia, empezaron a traer esas máquinas aquí. A los maragatos cuando nacemos dicen que nos tiran contra la pared y el que pone las manos vale para el mundo y el que no se jode. La manta que hacemos hoy es infinitamente superior porque en un telar manual no puedes incluir muchos hilos”, explica.

Él solo se encarga de hacer todo el proceso para crear sus mantas: desde los diferentes cardados, hasta el hilado y el abatanado. Tan solo el lavado de la lana esquilada y el terminado los encarga a otros, y trabajo le ha costado encontrar quién lo haga: “En España quedan tres lavaderos de lana, no queda nada. Yo estaba llevando el paño que hago para trajes regionales a terminar a Portugal porque en Béjar no quedaba nada. Hace dos años en Béjar volvió a abrir una fábrica de terminados”, explica refiriéndose a uno de los núcleos textiles más relevantes a nivel nacional.

Su lana la obtiene de ganaderos leoneses, de merino leonés, que considera el mejor material del mundo. Una montaña que llega casi hasta el techo de la nave donde la almacena da fe de la cantidad de lana que obtiene, hasta juntar entre 12.000 y 14.000 kilos. Y, además de la lana, Laurentino vincula al agua del pueblo, pero solo de una parte del río, como el secreto del resultado de los productos textiles de Val de San Lorenzo.

Gaspar, desde su taller de Falagán, explica el cambio que ha habido en la que es la tercera generación de una fábrica que nació en los años 40 fundada por Manuel Falagán. Ahora permanecen él y su esposa, junto a una mujer del pueblo que lleva a cabo varias labores. Antes, con más trabajadores, eran capaces de realizar ellos todo el proceso sin intermediarios, pero ahora que están solo ellos se han visto obligados a relegar tareas.

En su caso, llegó a la artesanía de mantas por medio de su esposa, ya que él no es de Val de San Lorenzo y, de hecho se dedicó durante décadas a la enseñanza: “La enseñanza fue un accidente, pero lo que me gusta es esto”, cuenta Gaspar. Ahora que sus hijos han encontrado trabajo en otros sectores y han asentado en ellos su vida, es consciente de que una vez ellos dejen de tejer, Falagán cerrará. Sin embargo, aunque aprecia la tradición de las mantas, aborda la situación desde un punto de vista paciente: “Yo soy muy práctico, la artesanía y la tradición me encantan pero, aunque uno se puede ganar muy bien la vida en esto en cuanto a horarios, la gente no se va a hacer rica aquí. Yo esto lo tengo como hobby y hasta que pueda voy a seguir haciéndolo”.

Las mantas maragatas se resisten a la moda rápida

Ya el año pasado las tiendas de textil de hogar de la ciudad de León advertían de que la compra de mantas para la cama habían decaído en favor del edredón. Sin embargo, la manta maragata resiste, en parte porque se trata de un producto diferente, con identidad propia, que una manta genérica y con un uso más concreto. Laurentino de Cabo es consciente de que, a pesar de que se sigue comprando, la demanda ha bajado en favor a productos fabricados en otros países con un precio más competitivo y más fáciles de obtener.

De Cabo recuerda que en época de su padre se vendían miles de mantas, produciéndose 15 al día, mientras que ahora al año vende unas 400, principalmente desde el mercado de Gijón (que se celebra el segundo fin de semana de cada mes, salvo en Marzo que coincide desde el 28 al 31; del 15 al 18 de agosto y del 6 al 8 de diciembre) desde donde le hacen encargos incluso desde Europa. En Falagán las ventas se mantienen en los miles al año, con una producción mayor y una web de compra que implica el 40% de sus ventas, principalmente a particulares y a tiendas especializadas. Así, uno y otro se han adaptado a los nuevos tiempos, enfocados en mercados distintos.

La manta maragata resiste a la moda rápida en el ámbito del textil apostando por una calidad mayor, con productos fabricados con lana obtenida de ovejas de proximidad, sin plásticos, y realizados a mano, con un detalle que ya no es posible encontrar en grupos textiles más comunes.

La lana es el secreto del éxito para ambos, un sello de calidad que se imprime en cada manta que fabrican, y que representa todo lo que la moda ecológica reclama en el sector textil. Los dos defienden que quien compra sus productos lo hace teniendo todos estos factores en cuenta, y está dispuesto a pagar un precio más alto por ello: “Todo depende del nivel cultural. El que tiene un nivel cultural, que no económico, alto compra lana”, expresa de Cabo.

“Estas mantas son para personas que sepan valorar el producto y tengan un poder adquisitivo medio o alto. Yo entiendo que haya mucha gente que no se puede permitir pagar más por una manta, pero el que quiere un buen producto compra de esta forma. Yo, fundamentalmente, tengo clientes de toda la vida, que son los que ya conocen mis mantas y las recomiendan”, coincide Gaspar, que añade como dato curioso que la provincia de León quizá sea donde menos mantas vende: “La mayoría se van a Madrid, aquí parece que hablar de una manta es de Val de San Lorenzo es casi algo malo”.

Una artesanía en peligro de extinción

A pesar de ello, ambos coinciden con que al oficio le quedan los días contados: “La semana pasada estuvo una pareja que me preguntó si, cuando yo lo dejase, podrían meterse ellos. Les dije que no porque no los puedes engañar. Es muy bonito y muy bucólico pero ponte a vivir de ello”, explica Laurentino. “En los años 80 yo tenía 12 mujeres en diferentes pueblos que me tejían jerséis con la lana hilada. Se han ido muriendo y las generaciones más jóvenes ni saben ni quieren aprender a tejer. Y yo lo entiendo, ellas ganaban poco y ahora los jóvenes esos sueldos no los aceptan”. 

“El grave problema es que no hay personal para trabajar. La gente no quiere venir a este pueblo y eso que tiene todos los servicios, si viniera una pareja trabajando cuatro horas al día y pendientes del negocio de forma seria, podría llevar una buena calidad de vida. Aquí tenía que haber gente que se dedicase a eso, mucha más.”, lamenta Gaspar.

Laurentino afirma que la única forma de sobrevivir es “haciendo muchos kilómetros fuera de Castilla y León porque aquí han acabado con toda la cultura”. Su principal punto de venta es el mercado de Gijón ya que, asegura, los mercados de la Comunidad han dejado de lado a los artesanos, especialmente a los textiles.

En sus años de experiencia, de Cabo recuerda vivir todos los cambios que ha acumulado la artesanía: “En los años 80 viví el cambio de gremio a asociación, y los gremios funcionaban de maravilla. El gremio textil estaba en Val de San Lorenzo, lo formábamos nosotros. Ahora la Junta hasta nos ha quitado el carnet de artesanos. La artesanía tradicional desaparecerá porque no hay oficio”, critica.

Gaspar coincide con la sensación de abandono: “Esto tiene mucho futuro, el problema es que nunca se ha promocionado, y ya no hablo de administraciones, que no quiero echar la culpa a nadie porque al final han sido todas”.

Así, desde sus telares centenarios, estos artesanos de Val de San Lorenzo permanecen en la resistencia, rescatando cada día un oficio en riesgo de extinción.

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